lunes, 18 de noviembre de 2013

Carta 13 - La mayor desgracia



"Andaba cabizbajo observando las granuladas piezas de roca roja que formaban el suelo del andén.

Inmerso en el anonimato del cuello alto de mi anorak y la capucha baja, observo a quienes están en el andén de enfrente, y pienso, que todos ellos son otros seres con otras vidas.
Otras experiencias, otros gustos, otros conocidos, otras metas... todos juntos, y tan separados.

Y le ví.

Sentado. Mirada ausente.
Cubierto en su capucha pensaba algo que solo el sabe. Aún y con el fuerte viento azotando rostros y mojando con alguna gota allí estaba. Quieto. Observando átomos.

Se levanta.

Con una mirada aún despistada juega a mantener el equilibrio a lo largo de una fina linea.
 Cerca de la vía.

Se para.

Su vista se fija en las vías un instante, y luego, se pierde de nuevo.
Le veo. Deja sus ojos muertos, abiertos como puertas para que cualquiera pueda ver en que piensa su mente; para lo que se está preparando.

Mira a su izquierda.

Espera el tren. Pero no lo espera como los demás.  Lo espera.
En su mente se dibujan sentimientos visibles en sus recientes balanceos nerviosos.
En su vista ahora inquieta que mira a la muchedumbre con miedo.

Se ve llegar el tren.

Saca las manos de los bolsillos. Se ajusta la mochila. Mira a su alrededor. Se seca las manos en el pantalón. Se las mete en los bolsillos.    Se las saca.

El tren está a 200 metros.

Sus pensamientos fluyen por su figura. A llegado la hora. Ahí está.

El tren pasa a los 100 metros.

Recuerda todo aquello que le ha llevado al andén.
A esperar el tren y vuelve a mirar alrededor nervioso.

70 metros.

Miedo. Mucho miedo.

40 metros.

Empieza a balancear el cuerpo adelante y atrás. Mide la caída inconscientemente.

26 metros.

Mira alrededor frenético. ¡¿Y si alguien trata de pararle?!

14 metros.

¡NO!¡NO!¡Hay que hacerlo!¡Hay que hacerlo!

5 metros.....

Y el tren me pasa por enfrente. No veo al chico.
Siento el temblor del suelo en mis piernas, y el sonar de los motores en mi pecho.
El tren para. Se escucha el abrir y cerrar de las puertas, y los motores se vuelven a poner en marcha.
El tren se aleja del andén.

5 metros...
14 metros...
26 metros...

Y allí está el.

Como una estatua de piedra impasible al viento.
Su mirada no esta mirando. Ni si quiera está perdida. Su mirada mira hacia adentro con los ojos bien abiertos.

Y es que esa es la realidad chico. Ese eres tu, amigo.

Llega mi tren. Para enfrente mío, entro, y me siento en la ventanilla echando la última mirada al muchacho.

No tienes valor para vivir.
Pero tampoco para morir.

Ese eres tu, amigo.
Y esa es tu desgracia."


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